La estrecha relación entre la alimentación y nuestra parte emocional

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Si preguntamos a la gente por qué come, la mayoría de las personas nos dirán que porque tienen hambre. Con ello probablemente quieren decir que algo ocurre en su organismo que les produce una sensación que provoca el deseo de comer. Esto es lo que llamamos hambre fisiológica, y es el mecanismo que facilita la satisfacción de una necesidad básica para la superveniencia del organismo.

Sin embargo, muchas veces comemos por una amplia variedad de motivos distintos de los del hambre fisiológica. Estos pueden ser: cuando comemos por hábito, cuando lo hacemos por la presencia de algunos estímulos (un reloj que indica la hora, la visión de un plato de comida, el aroma de algo que se está cocinando, la presencia de personas sentadas a una mesa, etc.…) o bajo determinados estados emocionales como el aburrimiento, la tristeza, la frustración o la ansiedad.

Hasta más o menos los tres años de edad la señal fisiológica del hambre es muy clara: un niño siente las señales físicas y llora para recibir alimento. Esta habilidad se puede ir perdiendo si se comienza a utilizar la comida como un signo de recompensa, medio de control o sustento emocional.
Así, muchos de nuestros hábitos alimenticios impuestos por la sociedad y la cultura en que vivimos, estorban la acción de los mecanismos reguladores de la ingesta como son el hambre y la sensación de saciedad. Es como si los estímulos sociales, psicológicos y del entorno enmascararan estas señales naturales del cuerpo, encargadas de marcar el inicio y el cese de la ingesta. Es entonces cuando se genera una confusión entre la necesidad fisiológica de comer, el deseo de comer y la ansiedad por comer. Y ello va a derivar en que comamos más de lo que realmente nos está pidiendo nuestro organismo, o que nos volvamos menos sensibles al contenido de nutrientes de nuestras dietas.

Por otro lado, recibimos cientos de mensajes sobre la importancia de una buena alimentación en relación con la salud y la imagen corporal, acompañados de programas, técnicas y remedios para controlar el peso que, si bien ayudan a las personas a perder peso inicialmente, éste se recupera fácilmente cuando la motivación decrece.

Además del consejo nutricional y el ejercicio físico, la ayuda psicológica es fundamental para aprender la diferencia entre necesidades, deseos y emociones y proporcionarnos estrategias encaminadas a conseguir cambios en los hábitos alimenticios y mantenerlos.

En este sentido, un programa multidisciplinar aplicado por especialistas en nutrición y psicología nos ayudará a educar en aspectos relacionados con la nutrición, la gestión de emociones, costumbres y hábitos, y podremos obtener unos resultados más satisfactorios que además se prolongarán en el tiempo.

 

Susana Sáez Pindado
Psicóloga. Medicálitas Ávila.

 

 

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